El Estado Hegeliano y la misión histórica rusa de Vladimir Putin.



Primero vamos a explicar un poco la filosofía del Estado de Hegel y luego lo relacionamos con la invasión de Ucrania. Trataré de ser lo más conciso y básico posible, ya que Hegel no es un pensador fácil de entender.

Creo que no es ningún secreto para el nacionalista, fascista, monarquista absoluto, conservador autoritario o demás simpatizantes de las dictaduras militares, que Hegel es por así decirlo, el filósofo principal por antonomasia de los régimenes políticos basado en la autocracia y el poder.



La Rusia de Vladimir Putin no escapa de esta interpretación del Estado, no de la forma como ocurría en el siglo XIX bajo las monarquías absolutas o el nacionalismo totalitario del siglo XX, pero es la encarnación del Estado Hegeliano acoplado al Zeitgeist (espíritu de la época) del siglo XXI, reflejada bajo su idea de misión histórica rusa, imperial, militar, paneslava, euroasiática y expansionista.



Según GWF Hegel, la nación bajo una estructura cívica, no existe. Es mera abstracción. El Estado, sí. Es visible, responde a una realidad comprensible, tiene poder, estructura y se comunica con los ciudadanos mediante leyes, normas y órdenes. La nación espiritual se encarna en el Estado real, esa es la decisiva y definitiva contribución hegeliana al proceso intelectual, puesto en marcha por el padre del nacionalismo alemán Johann Fichte y que da origen al Estado autocrático.

(Recomiendo leer el libro "Discursos a la nación alemana" de Fichte ya que esta magna obra fue donde surgió el nacionalismo alemán y el idealismo nacionalista tal como lo vemos).

El nacionalismo según Hegel sólo puede producir un estado intervencionista sin resquicio para la individualidad, con alto poder de autoridad, capaz de manifestar a la nación-pueblo en la evolución histórica. De modo que el nacionalismo hegeliano es totalitario o autoritario.

Hegel dota al espíritu nacional de un finalismo aristotélico: la historia es un proceso de etapas de lo imperfecto a lo perfecto, hacia un fin, de forma que la idea pura se traslada como objeto perseguible hacia el futuro, y ese es el imperialismo. La caverna deja de ser el principio de la historia para ser su culmen. La manipulación es completa: lo reaccionario pasa a ser revolucionario, se confunden. 



La dialéctica de la historia hegeliana elimina toda moral porque somete el juicio sobre los hechos presentes a la consecución del fin necesario, determinista, de la parusía o final de los tiempos que toma corporeidad en una intensificación completa del Estado absoluto, el Estado autoritario. Hegel quiere legitimar como intelectual orgánico el Estado de la monarquía absoluta prusiana y su voluntad expansionista. Mientras otros se habían enfrentado a las fuerzas emancipadoras de la ilustración en nombre de la tradición y de la alianza entre el altar y el trono (el caso de los contrarrevolucionarios Joseph de Maistre y Louis de Bonald), Hegel lo acomete en nombre de la síntesis histórica, de una pretendida ley superior historicista para cuyo cumplimiento la extensión del poder del Estado a todos los ámbitos de la vida humana deviene en ideal.



Dice Hegel:

"El contenido del Estado existe en sí y por sí; es el espíritu del pueblo. El Estado real está animado por ese espíritu". Todo existe por y para el Estado, todo es contingente menos él. "El Estado, las leyes y las instituciones son suyas; suyos son los derechos, la propiedad exterior sobre la naturaleza, el suelo, las montañas, el aire y las aguas, esto es, la comarca, la patria. La historia de ese Estado, sus hechos y los hechos de sus antepasados son suyos, viven en su memoria, han producido lo que actualmente existe, le pertenecen".

Y sigue diciendo:

"Los principios del Estado deben considerarse, según se ha dicho, como válidos en sí y por sí; y sólo lo son cuando son conocidos como determinaciones de la naturaleza divina misma".

El Estado para Hegel es el principio de la moralidad lo que le concede un absoluto campo para la discrecionalidad y el totalitarismo/autoritarismo:

"El Estado no existe para los fines de los ciudadanos. Podría decirse que el Estado es el fin y los ciudadanos son instrumentos (...) La esencia del Estado es la vida moral".

De hecho, el pensamiento político ruso de las primeras décadas del siglo XIX (el primero en contacto directo con el mundo occidental) es, en gran medida, una consecuencia de la gran influencia que tuvo sobre la intelectualidad rusa el fenómeno de la Revolución francesa y la posterior expansión napoleónica. La intellligentsia, motivada por estos acontecimientos y creyente en "el alma de los pueblos" predicada por el romanticismo político y en la filosofía de la historia del idealismo alemán, se planteó el profundo interrogante del papel que debía caberle a Rusia en el proceso hegeliano de desarrollo de los pueblos según "el plan de Dios", como escatología ortodoxa, propuesta por el conservadurismo antiliberal de Fiodor Dostoyevski.

Según Dostoyevski, Rusia es un pueblo portador de Dios. El cristianismo ortodoxo y la idea de Rusia se funden para él, en una visión mesiánica en la que reverbera la vieja idea de Moscú como "Tercera Roma", portadora de un mensaje de salvación universal. Una visión en la que asoma ese fondo místico-apocalíptico del espíritu absoluto ruso. Rusia como nuevo pueblo elegido, Rusia como portadora de un dogma universalista, Rusia destinada a unificar la humanidad, a concluir la historia. Para Dostoyevski, la idea de patria es inseparable de la idea de misión histórica y mesiánica.

Decía Dostoyevski: "Todo gran pueblo ha de creer, si quiere seguir vivo mucho tiempo, que en él y sólo en él está la salvación del mundo; que vive para estar a la cabeza de los pueblos, para unirlos en un común acuerdo y conducirlos hacia el objetivo que les está predestinado".

En caso contrario: "La nación deja de ser una gran nación y se transforma en simple material etnográfico. Una gran nación, cuando verdaderamente lo es, nunca se conforma con un papel secundario en la historia de la humanidad".



Las raíces profundas de la misión histórica de Rusia se hunden en una visión apocalíptica. Todo lo que siente y piensa el pueblo traspasa las categorías culturales o cae bajo su nivel. Incapaz de comprender las formas jurídicas, la realidad estática y todo lo que constituye el espíritu objetivo (en la acepción hegeliana), se mete en un clima irrespirable para una conciencia de su propia Ecúmene. Incluso el comunismo de la Unión Soviética le dió a Rusia un horizonte teórico estrecho, pero la amplitud del soplo de su alma ha permanecido igual. El sueño de una dominación imperial bajo el reino del Zar, la Tercera Roma resucitando como el nuevo centro del mundo, ese sueño que fue retomado por los bolcheviques y ahora con Putin, con otra ideología, pero de una manera no menos fantástica.

La lucha por la hegemonía coronará a la nación que haya tenido la prioridad del sistema mesiánico. Es el caso de Rusia contra Estados Unidos y su incesante riña entre dos mesianismos opuestos que chocan entre sí: Rusia perfilandose como la Tercera Roma con la misión de salvar a Eurasia bajo el puño autoritario, rígido y los valores ortodoxos de la telúrocracia, y Estados Unidos como la nación de la libertad y la democracia, mostrándose ante el mundo como la policía global que traerá la Pax Americana y la felicidad bajo el liberalismo del libre mercado.



Los rusos desaparecerían del globo terráqueo, arrasados físicamente, antes que renunciar a la idea de su misión histórica. Esta está tan arraigada en las profundidades del alma rusa y de su Logos que parece adquirir proporciones cósmicas, inhumanas. Los rusos han introducido el absoluto hegeliano en la política, y sobre todo en la historia. Todas las fórmulas sociales, políticas o religiosas por las cuales han combatido, sea en el Imperio Zarista, la Unión Soviética o la Rusia actual, las han considerado como finalidades únicas. De ahí la pasión, el absurdo, los crímenes, la bestialidad de su historia apocalíptica.



Ahora bien, yéndonos al conflicto, Vladimir Putin, en guerra por su misión histórica rusa, se ha embarcado en la tarea de proteger el denominado "Mundo Ruso", un concepto que va más allá de las fronteras del país, y aboga por recuperar los territorios previos al tratado de 1922 que dió lugar a la Unión Soviética. Ucrania solo es un frente más de la misión histórica que se ha impuesto Putin.



Cuando el presidente ruso ordenó la invasión el 24 de febrero, advirtió de que su objetivo era proteger lo que se conoce como el Russki Mir (el Mundo Ruso), un concepto que va más allá de las fronteras de la Federación de Rusia y supondrá un eterno casus belli en el espacio que va de Bielorrusia a Asia Central, desde los países bálticos al Cáucaso sur.

"No han cesado hasta hace poco los intentos de utilizarnos en su propio interés; de destruir nuestros valores tradicionales e imponernos sus pseudovalores. Estos podrían corroer por dentro a nuestro pueblo. Unas actitudes que ya están implantando agresivamente en sus países y que conducen a la degradación y la degeneración porque contradicen la mismísima naturaleza del hombre", dijo Putin en su discurso a la nación mientras comenzaban a caer las primeras bombas sobre Ucrania.




La mayoría de la gente no esperaba una guerra. Se decía que sería muy malo para Rusia y el presidente siempre ha sido una persona calculadora. Pero la visión de Putin de la situación política actual no se basa en el realismo y en un racionalismo seco. Estas acciones son la implementación de su misión histórica. La meta personal de Putin es unir a los pueblos de Rusia, Ucrania y Bielorrusia para contrarrestar la amenaza de que desaparezcan la lengua y la cultura rusa. Putin siente que la misión histórica de Rusia es convertirse en un actor importante de la resistencia global frente a un orden internacional injusto como la OTAN; un sujeto capaz de contrarrestar los dictados del liberalismo y la globalización estadounidense.



El Kremlin tiene una visión hegeliana de la historia. De hecho, su reforma constitucional de 2020 incluyó un artículo donde se asegura que la Federación de Rusia, "unida por una historia milenaria, y preservando la memoria de sus antepasados, que nos traspasaron los ideales y la creencia en Dios, y en continuidad con el desarrollo del Estado ruso, reconoce la unidad del Estado que fue establecido históricamente". Además, la nueva Constitución remarca que la familia la compone exclusivamente un hombre y una mujer, a diferencia de la degeneración occidental y sus corrientes liberales.



En el 2021, Putin, amante de la historia, pero no historiador profesional, publicó un ensayo: "sobre la histórica unidad de los rusos y ucranianos", donde afirmaba que son "un solo pueblo, un único todo", y acusaba a Occidente de "buscar socavar nuestra unidad, la conocida fórmula de divide y vencerás". Aunque el mandatario reconocía que hubo muchos siglos de fragmentación y diferentes Estados, acusó a Polonia y otros países de intentar fomentar el nacionalismo, y a los soviéticos de experimentar con las fronteras.

Según la tesis de Putin, "las fronteras no se percibían como estatales durante la URSS, pero de pronto, en 1991, las personas que vivían allí se encontraron en el extranjero". El mandatario defiende, por tanto, que el Mundo Ruso debería recuperar los territorios previos al tratado de 1922 que dió lugar a la Unión Soviética. "En otras palabras, vete con lo que viniste", fue su mensaje a las antiguas repúblicas.



El rearme contra Ucrania no comenzó en noviembre del año pasado, aquello fue el segundo acto. El primer gran despliegue tuvo lugar en la primavera, cuando algunos expertos creen que Putin tiró la toalla con el Gobierno de Volodímir Zelenski al ver que cerraba los canales prorrusos del político opositor Víktor Medvedchuk, de cuya hija es padrino el jefe del Kremlin, e intentaba juzgarle por financiar a los separatistas, apoyados militarmente por Rusia desde que comenzaron la guerra de Donbass en 2014.

El 9 de febrero, en las negociaciones previas a la guerra, Putin se reunió con Emmanuel Macron en Moscú, y según varias fuentes de Reuters, el líder ruso le dió cinco horas de revisionismo histórico. Su pasión influye en su visión de las relaciones internacionales modernas, en su opinión sobre la justicia del orden mundial actual y el equilibrio de poder.



"El objetivo de Putin no es revivir el proyecto soviético, los objetivos actuales se limitan más bien a las relaciones de Rusia con Ucrania y Occidente", afirma Intigam. Su opinión la comparte Dmitri Trenin, director del Centro Carnegie de Moscú. El analista, antiguo coronel de la inteligencia rusa, subraya en un reciente ensayo que "no tiene fundamento" pensar que Rusia busque restaurar la URSS. "De hecho, lo que quiere es establecerse como principal potencia a lo largo de sus nuevas fronteras".

"La seguridad es su principal preocupación, pero no la única. La orientación hacia Occidente de Kiev implica que parte del núcleo histórico del Estado ruso se perdería para siempre. No todo el mundo en Moscú puede aceptarlo", advertía Trenin.

Ucrania es solo una pieza del puzzle. Bielorrusia es otra, y allí el régimen de Aleksandr Lukashenko realizará un referéndum constitucional que acercará aún más su integración en Rusia. Después de que el Kremlin le rescatase de las protestas por el fraude electoral de 2020, ambos mandatarios han negociado en secreto los protocolos del Estado de la Unión, una entidad supranacional firmada en 1999 para impulsar su unidad. A diferencia de Ucrania, su adhesión de facto se realiza sin recurrir a los tanques, solo a la policía, y podría permitir desplegar armas nucleares en aquel territorio.



Otras dos regiones que Putin considera su zona de influencia son el Cáucaso sur y Asia central. Rusia logró limitar los daños en Nagorno Karabaj en 2020, donde Turquía logró más influencia a través de su aliada Azerbaiyán.

El conflicto con Ankara también se traslada a Asia Central, donde el Kremlin ha acusado a sus autoridades de ceder ante Recep Tayyip Erdogan y promover el panturquismo en discriminación de la población rusoparlante. Para evitar perder su presencia en la región, el enero pasado Putin movilizó por primera vez a la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (CSTO) con el fin de salvar al régimen de Kasim-Yomart Tokáyev.

En definitiva, Vladimir Putin ha usado la fuerza para detener a la OTAN e invadir Ucrania; ha empleado medios políticos y económicos para promover la integración con Bielorrusa; ha ejercido la diplomacia en el Cáucaso sur y ha organizado una misión multilateral para estabilizar Kazajistán. Moscú ha logrado de lejos proteger su seguridad y sus intereses con relativamente pocos medios, aunque la tarea de ser una gran potencia, le tomaría un gran esfuerzo durante mucho tiempo.

Desde tanques de pensamientos más próximos al Kremlin, la opinión es que EE UU y Europa han intentado entrar donde no debían. Con sus acciones, Occidente empujó a Rusia a hacer lo que mejor sabe hacer: luchar. Y esto es solo el principio. Aislar a Rusia con fuertes sanciones ya es una completa locura y quemar todos los puentes para el diálogo, llegaría siendo la variante japonesa, el ataque a Pearl Harbor del 7 de diciembre de 1941 como respuesta a las sanciones estadounidenses. Muchos rusos comienzan a considerar las sanciones como un acto bélico, sin aprobación de la ONU, y por tanto se puede responder legítimamente con una declaración de guerra.



Es algo que parece que Occidente no tiene en cuenta. Si Rusia es arrinconada, hará cualquier cosa, y eso puede significar el fin del mundo si los Poseidón (drones submarinos nucleares) alcanzan las costas de Estados Unidos. De modo que Rusia no puede ser entendida con la mente.



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