Nación - Patria - Estado



Quienes hoy se llaman "Tradicionalistas" asumen a menudo la nación-estado como parte de esa tradición, o de aquello que merece conservarse. Pocos vuelven la vista hacia modelos anteriores, aun cuando se hacen llamar enemigos de todo lo moderno (entiéndase, de la era así llamada). Sin embargo, nadie puede cuestionar que el estado-nación y el propio nacionalismo, es un invento moderno. Y es igualmente contradictorio reclamarse partidario de la tradición cuando se asume un modelo administrativo y gubernativo que se implantó sepultando a su paso cientos y cientos de tradiciones (culturas, instituciones, pueblos, leyes, usos y costumbres).



Es por eso que el nacionalismo es un patriotismo impostado, ideal, difuso, fragil, abstracto... tanto que se diluye en el éter si no hay una frontera ficticia o una bandera artificial moderna detrás. No es tanto un patriotismo de la nación como un "patriotismo de Estado". No nos engañemos: Es a Él a quién prestamos fidelidad; no a la comunidad, que son nuestros vecinos en diverso grado de cercanía. Y destaco esto último por ser otro motivo de grave arbitrariedad e injusticia, ya que una vez barrida toda institución regional, y una vez desechada toda red de apoyo local, no hay diferencia alguna entre nuestro paisano y el que habita la otra punta del territorio, la cual muchos tan siquiera han visitado.



¿Pero bajo qué perversa lógica se me fuerza a sentirme tan solidario con mi vecino próximo como con el que de sus costumbres y necesidades nada sé?

Es una impostura absoluta, una ficción mediante la que quienes ocupan en cada momento el estado logran de nosotros obediencia, respeto, colaboración tributaria y hasta el sacrificio de la propia vida en nombre de aquel ¡no de la nación!. A ver si nos empieza a quedar claro: ¡Piden que nos sacrifiquemos por ellos, por personas de carne y hueso, no por nuestra tierra, el bien común, la ciudadania ni otras cosas! ¡Nos piden nuestra lealtad para servir a sus intereses!

Y todo ello se ha logrado mediante técnicas psicológicas no demasiado sofisticadas, sino del todo burdas. Habida cuenta que todos tenemos un sentimiento instintivo de patriotismo, a través de los siglos este concepto fue pervirtiéndose hasta asimilarse con el moderno estado-nación. Más exactamente tomaron nuestro sentimiento ancestral de pertenencia y apego por aquella, nuestra tierra: El Imperio de la hispanidad, "hasta donde alcanza la vista", y lo reorientaron hacia esa nueva idea, esa mera abstracción representada por un trozo de tela y un contorno en un mapa.

Pero nada más lejos de ese sentido de pertenencia que en otro tiempo se veía expresado con toda naturalidad ora en la identidad castellana, ora en la salmantina, ora en la española, ora en lo que se llamó "La Cristiandad"; pues se trataba éste de un sentido de pertenencia mucho más natural, orgánico, y armónico (o dicho de otro modo: de carácter incluyente en lugar de excluyente).



Se usó un sentimiento real hacia un objeto real (aunque de límites no del todo definidos, como es tantas veces lo orgánico) para, en el lugar que ocupó ese objeto, colocar una abstracción por la que nadie en su sano juicio experimentaría amor ni devoción alguna. Apenas sin darnos cuenta, nos acostamos un día en un terruño de aires bucólicos, de límites difusos... y nos despertamos al siguiente en una silueta perfectamente delineada en un mapa con una bandera colocada en el medio. Pocos podrán negar que fue, retrospectivamente, un notable empobrecimiento de nuestra idea de patria.



La patria tradicionalmente se identificó con aquel mismo "terruño". Y no hay otra que esa. Es la única que puede considerarse con entidad objetiva, por más que su delimitación nunca sea exacta Km. arriba, Km. abajo... Stricto sensu, una se halla más lejos de su patria conforme se aleja de su lugar de nacimiento o de residencia (en el caso de que echara raíces por diversas razones en un lugar distinto del que naciera). Es cuestión, por tanto, de grado y no de "1 o 0" (dentro o fuera, ajeno o propio). Por eso las fronteras modernas expresan una artificialidad. Y por eso el concepto de patria asociada a estado-nación resulta absurdo una vez lo examinamos con mayor detenimiento.



La identidad cultural y territorial funciona mediante círculos concéntricos, no mediante conjuntos excluyentes. Uno no deja de ser hispano por ser venezolano o colombiano y tampoco deja de ser europeo un alemán o francés por ser sajón u occitano, bávaro o bretón. Tampoco el árabe por ser iraquí y el sirio dejan de tener una misma o muy similar identidad lingüística por someterse a las leyes de dos estados-nación distintos. Ni tampoco cuando habitan dos ciudades distintas dentro del mismo país (las cuales vendrían a sumarse a los componentes de su identidad grupal incluso en mayor medida que los anteriores, pues las urbes acostumbran a imprimir uno de los signos de identidad más marcados).

Cierto es que en la historia pre-moderna vemos los Estados como entidades unívocas, casi monolíticas; y cierto es también que actuaban de ese modo en muy variadas ocasiones. Pero lo primero se lo debemos achacar a la mentalidad contemporanea con que observamos la historia antigua, así como al reduccionismo propio del estudio de los acontecimientos históricos a vista de pájaro. No vamos a discutir lo segundo pues resulta del todo innegable. Pero sobre aquello otro conviene profundizar en la "VIDA INTERIOR" de esos reinos (todavía sólo proto-estados) para que se nos revele esa pluralidad, esa riqueza inmensa de lenguas, folklores, fueros, cortes, concejos municipales, feudos, órdenes monacales o de caballería... muchos de ellos asumiendo el papel de CONTRAPODERES, e impidiendo a menudo que el monarca hiciese a cada momento aquello que se le antojara con los ciudadanos o territorios bajo su mando.



¡Aún el emperador Carlos V, con su inmenso poder, tenía a su cargo el gobierno de diversos reinos, cada uno de ellos con sus distintas lenguas y tradiciones, pero, asimismo, con sus distintas leyes!

El estado-nación, representación propia del nacionalismo, lo único que ha hecho y hará siempre es destruir la llamada "cultura nacional" a base de homogenizarla, desnaturalizarla, caricaturizarla, instrumentalizarla y pervertirla. Si queremos de verdad mantener la identidad de la patria hispana, en toda su diversidad y riqueza, la opción más inteligente a tomar sería la RÚPTURA POLÍTICA del actual Estado nacional centralista, y abogar por un sistema confederado en el que se conserven sus soberanías y se rigan por determinadas leyes comunes.



Para culminar parafraseo un comentario expuesto por un compañero:

"Es la desentralización del feudalismo la más coherente con el tradicionalismo, sin embargo, en tiempos contemporáneos se podría interpretar al Estado como el "receptor de la comunidad natural" en oposición a las fuerzas globalistas, pero eso tampoco se sabe ya que el Estado moderno es, en cierta medida, la negación de la comunidad natural tradicional nacida en Aristóteles, mantenida por la Iglesia Católica y destruida por el secularismo protestante de Hobbes. El tradicionalismo es supra-político, su reino no es de este mundo, esa es la conclusión de Nicolas Gomez Davila y lo que Gustavo Bueno llama como "Derecha extravagante", lo que desemboca en un romanticismo individualizante y sedante sin ninguna aplicación política en la positividad histórica. El tradicionalismo purista -pleonasmo- ha muerto".


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