¿Contra qué vamos a hacer la Revolución?
Llegué a la conclusión de que es imposible combatir al mundo liberal desde una óptica política y economicista. La posición del comunista revolucionario, la del fascista, el nacionalista o del reaccionario tradicionalista, que dicen luchar u oponerse contra el liberalismo tal como lo entendemos, me parece lo más desubicado, estúpido y alejado de la realidad.
El liberalismo dejó de ser un ideal político basado en la limitación del Estado, y se convirtió en una forma de ver y proyectarse ante al mundo: el liberalismo ya no es una ideología política, sino más bien una psicopolítica. De manera que, si piensas combatir al liberalismo, tendrías que combatir contra tí mismo, puesto que todos en la modernidad, somos liberales, queramos o no aceptarlo, está incrustado en nuestra psique.
Quién pretenda establecer un sistema de dominación, debe eliminar resistencias, es decir, quienes se opongan. Esto es cierto también para el sistema de dominación liberal. La instauración de un nuevo sistema requiere un poder que se impone con frecuencia a través de la violencia. Pero este poder no es idéntico al que estabiliza el sistema por dentro. Por ejemplo, se sabe que la dama de Hierro, Margaret Thatcher, trataba a los sindicatos como "el enemigo interior" y les combatía de forma agresiva.
La intervención violenta para imponer la agenda liberal no tiene nada que ver con el poder estabilizador del sistema. El poder estabilizador de la sociedad disciplinaria e industrial a comienzos y a finales del siglo XX era represivo. Los propietarios de las fábricas explotaban de forma brutal a los trabajadores industriales, lo que daba lugar a protestas y resistencias. En ese sistema represivo son visibles tanto la opresión como los opresores. Hay un oponente concreto, un enemigo visible frente al que tiene sentido la resistencia.
¿Qué es lo que ocurre? Que el carácter estabilizador del sistema a día de hoy, ya no es represor, sino seductor, es decir, cautivador. Ya no es tan visible como en el régimen disciplinario del siglo XX.
¡Y ESTO ES ALGO QUE LOS ANTI-LIBERALES NO ENTIENDEN!
Niklas Luhmann decía:
"Quien quiera un poder absoluto no ha de usar la violencia, sino la libertad del otro".
El poder liberal no se agota en el intento de vencer la resistencia o de forzar a una obediencia como ocurría con el fascismo y el comunismo. El poder liberal no tiene por qué asumir la forma de una coerción. Lo que atestigua el hecho de que se forje una voluntad adversa que se enfrente al soberano es justo la debilidad de su poder. Cuanto más poderoso sea el poder liberal, con más sigilo opera.
El poder como coerción consiste en imponer decisiones propias contra la voluntad del otro. Muestra un grado muy reducido de intermediación. El yo y el otro se comportan de forma antagónica. El yo no es recibido en el alma del otro. Por el contrario, más intermediación contiene aquel otro poder que no opera contra el proyecto de acción del otro, sino "desde él".
El poder psicopolítico y superior como lo es liberal, configura el futuro del otro, y no aquel que lo bloquea. En lugar de proceder contra una determinada acción de otro, el poder influye o trabaja sobre el entorno de la acción o sobre los preliminares de la acción del otro, de modo que el otro se decide voluntariamente, también sin sanciones negativas, a favor de lo que se corresponde con la voluntad del yo. Sin hacer ningún ejercicio de poder, el soberano toma sitio en el alma del otro.
Además, hay que tener en cuenta la múltiple dialéctica del poder. El modelo de poder jerárquico como el que estaban caracterizados los modelos totalitarios y autoritarios del siglo XX, el poder se irradiaba simplemente desde arriba hacia abajo, no era dialéctico. Cuanto más poder tenga un soberano, tanto más requerirá, por ejemplo, del consejo y de la colaboración de los subordinados. Podrá mandar mucho, pero a causa de la creciente complejidad, el poder fáctico se transmitirá a sus consejeros, que le dirán qué es lo que debe mandar. Las múltiples dependencias del soberano pasan a ser fuentes de poder para los subordinados, que conducen a una dispersión estructural del poder.
Por tanto cuando el poder tiene que hacer expresamente hincapié en sí mismo ya está debilitado. Y es algo que Carl Schmitt nos dice:
"Un Estado fuerte muestra su fuerza mediante la moderación, solo un Estado débil recurre a medidas excesivas".
De modo que el sistema de dominación actual, está estructurado de una forma totalmente distinta a la del siglo XX. No hay un oponente, un enemigo que oprime la libertad ante el que fuera posible la resistencia. Por ello el liberalismo convierte al trabajador oprimido en empresario, en empleador de sí mismo: ¡todos queremos ser emprendedores, tener mentalidad de tiburón!
Lo que entendemos como opresión capitalista, explotación de la clase burguesa contra los pobres o los trabajadores, es algo ya anacrónico y arcaico, no existe en la actualidad. Hoy cada uno es un trabajador que se explota a sí mismo en su propia empresa mental. Cada uno es amo y esclavo en una persona. La supuesta lucha de clases que expresaba Marx, se convierte ahora en una lucha interna consigo mismo: el que fracasa se culpa a sí mismo y se avergüenza. Uno se cuestiona a sí mismo constantemente, no a la sociedad.
Por eso esta sociedad vive imbuida en la depresión, déficit de atención e hiperactividad, trastorno de personalidad límite, el síndrome de burnout, entre otros. Enfermedades mentalea que definen el nuevo panorama patológico. Acontece la depresión en el momento en que el ser humano ya no puede más, sintiendo el peso de los años aplastandolo porque siente que no está siendo lo suficientemente productivo con su vida.
¿Hoy día en qué te beneficia tener un título universitario? Desde la perspectiva laboral actual, los trabajos como oficio, diploma escolar o distancia del puesto de trabajo nos suenan ridículos. Nos prometen una vida hecha y resulta tras graduarnos. En efecto, eso solo era posible en una época en la que se creía tener enfrente al Estado como instancia de dominación que arrebataba información a los ciudadanos en contra de su voluntad. Hace tiempo que esta época quedó atrás.
Hoy nos desgastamos de forma voluntaria. Es precisamente este sentimiento de libertad el que hace imposible cualquier protesta. La libre iluminación y el libre desnudamiento propios siguen la misma lógica de la eficiencia que la libre autoexplotación. Ahora yo les pregunto a los revolucionarios anti-liberales:
¿Contra qué protestar?
¿Contra qué vamos hacer una revolución?
¿Contra las transnacionales?
¿Contra el imperialismo norteamericano?
¿Contra el sistema capitalista?
¿Contra uno mismo?
De modo que la sociedad del siglo XXI ya no es disciplinaria como lo fue el siglo XX, del cual surgieron los movimientos revolucionarios (pues ya no existe el enemigo burgués contra el trabajador explotado), sino que vivimos en una sociedad de rendimiento auto-impuesto (donde yo me exploto a mí mismo, yo soy mi propio burgués y trabajador al mismo tiempo).
Ya decía Byun-Chul Han que la sociedad disciplinaria del siglo XX fue una sociedad de la negatividad: es decir, de la prohibición, del no puedo; pues había deberes, normas, autoridad, colectivismo, sociedades cerradas, enemigos externos. El verbo modal negativo que la caracteriza es el "no-poder".
Han nos dice:
"El siglo pasado era una época inmunológica, mediada por una clara división entre el adentro y el afuera, el amigo y el enemigo o entre lo propio y lo extraño. También la guerra fría obedecía a este esquema inmunológico. Ciertamente, el paradigma inmunológico del siglo pasado estaba, a su vez, dominado por completo por el vocabulario de la guerra fría, es decir, se regía conforme a un verdadero dispositivo militar.
Ataque y defensa determinaban el procedimiento inmunológico. Este dispositivo, que se extendía más allá de lo biológico hasta el campo de lo social, o sea, a la sociedad en su conjunto, encerraba una ceguera: se repele todo lo que es extraño. El objeto de la resistencia inmunológica es la extrañeza como tal. Aun cuando el extraño no tenga ninguna intención hostil, incluso cuando de él no parta ningún peligro, será eliminado a causa de su otredad".
La sociedad de rendimiento del mundo actual (como muchos entienden como posmodernismo), se desprende progresivamente de la negatividad. La sociedad de rendimiento se caracteriza por el verbo modal positivo de "poder sin límites". Su plural afirmativo y colectivo "Yes, we can", expresa precisamente su carácter de positividad: yo puedo, pues no hay deberes, no hay autoridad, no quiero responsabilidades solo individualidad, no hay enemigo externo porque estamos en sociedades abiertas.
Vivimos en una dictadura de la positividad. El dogma es "sí podemos". No importa las latitudes, los idiomas, o la cultura. Tú, yo, y nosotros, debemos ser felices y tener éxito en tantos proyectos como nos pongamos en frente. El éxito empresarial significa producir, pero, sobre todo, no dejar de hacerlo. Guiados por las celebridades o influencers, nos enriquecemos de un léxico entusiasmado de posibilidades, bendiciones y superlativos. Y eso nos está enfermando.
Los proyectos, las iniciativas, la motivación y la globalización, reemplazan la prohibición, el mandato y la ley. A la sociedad disciplinaria del siglo pasado la regía el NO. A la sociedad del rendimiento hoy día, se rige por el SÍ.
La negatividad generaba ideas de revoluciones y contra-revoluciones: véase las teorías comunistas, socialistas, fascistas, tradicionalistas. La sociedad de rendimiento, por el contrario, solo produce depresivos, fracasados e ideas y teorías que destruyen al ser ontológicamente.
Nos dice Han:
"Al nuevo tipo de hombre, indefenso y desprotegido frente al exceso de positividad, le falta toda soberanía. El hombre depresivo es aquel animal laborans que se explota a sí mismo, a saber: voluntariamente, sin coacción externa. Él es, al mismo tiempo, verdugo y víctima. El sí mismo en sentido empático es todavía una categoría inmunológica. La depresión se sustrae, sin embargo, de todo sistema inmunológico y se desata en el momento en el que el sujeto de rendimiento ya no puede poder más. Al principio, la depresión consiste en un cansancio del crear y del poder hacer. El lamento del individuo depresivo, Nada es posible, solamente puede manifestarse dentro de una sociedad que cree que Nada es imposible".
Resulta muy difícil rebelarse cuando víctima y verdugo, explotador y explotado, son la misma persona. De modo que no hay enemigo frontal contra que atacar para hacer una revolución anti-liberal, el principal enemigo liberal, está en tu hogar... ¡y ese eres tú mismo!
Este artículo está inspirado en el libro La sociedad del cansancio de Byung-Chul Han (Herder, 2012).
Comentarios
Publicar un comentario